Por Jesús Bedolla Nava
*Catarsis
El pasado 23 de marzo se cumplieron 27 años y lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta continúa como la serie de más grandes interrogantes de los últimos cien años. ¿Por qué? ¿quiénes? ¿Cuáles fueron las razones reales?
Las respuestas no las tengo yo.
El martes 15 de marzo de 1994 Colosio arribó a Michoacán para una gira de dos días durante los cuales visitó Pátzcuaro y Morelia, entre otras ciudades del centro del estado.
Investido como candidato del PRI a la presidencia de la República, Luis Donaldo tuvo a bien reunirse con los directores de los medios de comunicación más importantes de la entidad y entre estos destacaba el periódico apatzinguense Resumen, dirigido por un servidor.
La cita estaba convocada si no mal recuerdo a las 09:00 horas del miércoles 16 de marzo en el hotel «Villa Montaña», en la tenencia de Santa María de Guido, municipio de Morelia.
Es por eso que ese mismo día por la madrugada me levanté a las 04:00 horas pues se hacían por lo menos de tres y media a cuatro horas de trayecto a la capital del estado. Recuerde usted que sólo había carretera libre, la carretera de cuota acaso era proyecto apenas.
A las 08:00 horas estaba yo en las puertas del hotel en que se hospedaba Colosio.
En el camino cavilaba sobre las dificultades que tendría para llegar al hotel, pues sabía perfectamente que acercarse a un candidato del PRI a la presidencia de la República era complicado, sobre todo si no estaba uno agendado para algún evento.
Suponía yo que por lo menos a dos cuadras a la redonda del hotel habría filtros que harían complicado el acercamiento.
Suponía también que algún otro filtro habría a una cuadra de distancia y otro más en las puertas del inmueble de hospedaje del de Sonora. Esa sería la complicación mayor. Eran tiempos en que más de 200 elementos del Estado Mayor Presidencial acompañaban a los candidatos del PRI a la presidencia de la República, no obstante que no estaban todavía en el cargo.
Ya me había preparado yo sobre las respuestas ante las posibles preguntas que me harían los responsables de la seguridad del aspirante e incluso me había preparado mentalmente para mantenerme sereno ante los «robots» del ejército adiestrado y encargado de custodiar a un presidente desde que era apenas candidato. Ya sabe usted, el PRI ganaba de todas, todas.
Grande fue mi sorpresa que al acercarme al hotel «Villa Montaña», justo dos cuadras antes de llegar, no estaba el filtro que me imaginé desde días antes, cuando me llegó la invitación a una reunión de medios con Colosio. Avance una cuadra más, y nada de segundo filtro. Como era yo de los primeros en llegar, pude estacionarme un poco antes de llegar frente a la puerta del hotel, ya que precisamente del otro lado de la calle, a la altura del acceso, estaban dos unidades de seguridad. Me sorprendió que en la puerta del propio hotel había sólo cinco elementos de ayudantía, dos de ellos dedicados a interceptar a quienes pretendían entrar, mientras uno preguntaba el nombre y checaba que estuviera incluido en el listado mismo.
«¿A qué evento va?», me preguntó el de la lista.
«Al del candidato con medios informativos», respondí, seguro.
”¿Cuál es su nombre?», cuestionó una vez más.
«Jesús Bedolla Nava», respondí otra vez.
«Lo siento, pero no está usted en la lista», me dijo amablemente
Expliqué que la invitación me la hicieron por la vía telefónica (en aquel tiempo no había herramientas cibernéticas de comunicación, por tanto no existía el Facebook, ni el Messenger, menos el WhatsApp, y todo se confirmaba mediante llamadas de voz por teléfono convencional. La telefonía celular apenas llegaba a México y en Apatzingán todavía no había esa comunicación por tanto yo no tenía portátil.
Finalmente me dijo el de la lista de invitados: «Aquí nomás aparece un Jesús Dedolla Nava».
Alegué que, por lógica, cuando pasé mi nombre para confirmar mi asistencia la joven de prensa del PRI nacional no escuchó correctamente, luego entonces, ese «Dedolla», tenía que ser yo.
La situación me causó gracia, al fin y al cabo ya estaba yo acostumbrado al bullyng por mi apellido. Ustedes saben: desde primero de primaria tuve que lidiar con las bromas clásicas que riman o versan con mi apellido: «Jesús Bedolla, frijoles de la olla, con chile y cebolla».O que confundan mi apellido con Chavolla, Chagolla, Loya. En sexto de primaria no escapaba a las bromas de mi profe, Daniel Patiño Barrera (QEPD): «Betulio» o «Bedusco», me decía.
Posteriormente eran comunes otras bromas en relación a mi apellido: «Bedoyecta», por ejemplo.
Finalmente los del Estado mayor presidencial le pusieron criterio al asunto y me dejaron pasar. Posteriormente reflexioné sobre la casi nula seguridad que tenía Colosio en su campaña presidencial.
Era fácil acercarse a él, sobre todo porque cuando lo tenías enfrente accedía a todo mundo.
Pronto estuvimos en uno de los salones de eventos construido en fría cantera del hotel «Villa Montaña».
Se montó un escenario sencillo: sillas alrededor del salón, con los respaldos pegados a los muros. Una mesa de café y fruta a manera de desayuno en buffet, en el cual cada quien se paraba y se servía, incluso Colosio lo hizo personalmente, quien a su llegada recorrió en derredor para saludar a todos. Él vino a todos, nadie fue a él, lo que hablaba de su sencillez.
Lo que siguió fueron preguntas y respuestas amables de un Colosio risueño e imperturbable, por fuertes que fueron los cuestionamientos.
Durante el evento no hubo mesas ni meseros. Todo fue sencillez.
Aunque yo había conocido a Colosio en Coalcomán en 1989, en donde, junto con mi compadre Manuel Bernal lo entrevistamos durante una visita que como presidente nacional del PRI realizó para apoyar la candidatura a la diputación local de Francisco Moreno Barragán, mejor conocido como «El Bolas», debo decir que esta visita a Morelia me sirvió para conocer a otros personajes. Al diputado Julio Méndez Alemán, por ejemplo, que no era otro que el famoso actor Julio Alemán.
Encontramos por allí al entonces ya ex gobernador de Michoacán, Genovevo Figueroa Zamudio, quien coordinaba actividades de prensa en torno al candidato Colosio.
Hablamos de publicidad política en medios y en ese contexto nos invitó a asistir a la sede del PRI en la ciudad de México, con cita el 24 de marzo de 1994, es decir una semana y un día después de nuestro encuentro con Colosio en la capital del estado de Michoacán. La cita también sería un día después del asesinato contra Colosio.
Todo concluyó allí y junto con mi compadre Gabriel Cornejo Chávez, director del periódico Resumen en Pátzcuaro, acordamos hacer el viaje juntos desde la ciudad lacustre hasta la capital del país. Saldríamos el miércolea 23 de marzo a las 22:00 horas en autobús desde Pátzcuaro, para estar listos en la sede del PRI en México y reunirnos con Genovevo Figueroa Zamudio el jueves 24 de marzo.
Obvio, yo salí de Apatzingán a las 16:00 horas rumbo a Pátzcuaro a bordo de un Volkswagen, tipo sedán, el cual dejaría en la ciudad con lago, para continuar en autobús.
Todo el recorrido fue normal, pero al llegar a Pátzcuaro me aproximé a una caseta telefónica para hablar a Apatzingán y conocer los avances en los trabajos en la edición del periódico a circular al día siguiente.
Me contestó mi esposa, Bertha Alicia Barocio Negrete, a su vez administradora del diario, quien me dijo que todo iba bien.
Luego me preguntó: ”¿ya supiste que hirieron a Colosio. Todo lo están pasando por televisión?»
La pregunta me sorprendió porque obviamente no lo sabía, pero imaginé que le habían propinado algún golpe o que tendría alguna herida leve, por tanto pregunté: «¿y como está?»
«Grave. Tiene un balazo en la cabeza», me respondió mi esposa. Desde ese momento supe que mis planes cambiaban. Seguramente ya no continuaría mi viaje a México.
Meditabundo me dirigí entonces a casa de mi compadre Cornejo, a quien encontré viendo por televisión toda la información. Acordamos por lo pronto suspender el viaje y yo tuve que regresar a Apatzingán, ahora con el radio del auto encendido, ya que el flujo de información estaba en cadena nacional.
Jacobo Zabludovsky estaba permanentemente conectado, mientras Talina Fernández cubría la información desde el hospital general de Tijuana, ciudad en donde ocurrieron los hechos, precisamente en Lomas Taurinas, un barrio anexo al sur, del aeropuerto «Plutarco Elías Calles».
Los detalles de los hechos son conocidos ampliamente, por tanto es ocioso escribir sobre eso.
De regreso Apatzingán, llegaba yo a Charapendo y justo cuando bajaba la última pendiente antes de llegar a ese poblado, Talina Fernández informaba el fallecimiento de Colosio. Zabludovsky todavía hizo un intento por disminuir el efecto de la información y dijo: «Talina, tenemos que confirmar la versión», no obstante que el vocero de la presidencia, quien acompañaba al candidato, es decir Lievano Sáenz, había dado a conocer el desenlace allí mismo, en el hospital de Tijuana.
No bien había terminado de hablar Zabludovsky, cuando él mismo dijo: «Colosio ha muerto, lo confirma la presidencia de la República, mediante un despacho».
El deceso ocurrió a las 20:47, hora del pacífico, es decir, 22:47, hora del centro. Poco más de tres horas después de que Colosio había sufrido el atentado.
Nuestro viaje a México quedó definitivamente cancelado.
Semanas después se nos repitió la invitación a reunirnos con el nuevo candidato del PRI, Ernesto Zedillo Ponce de León, en el mismo hotel y salón, pero todo fue diferente. Excesivo aparato de seguridad y, en esta ocasión, fue con mesas elegantemente vestidas, con meseros para atendernos y un candidato diferente, muy diferente a Colosio, fácilmente irritable y urgido de terminar la reunión con los medios.
Ah, y no hubo cita a México para hablar de publicidad política.
Gracias por leerme. Si tienes a bien, comparte.
Hasta la próxima.